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Foto del escritorJanet Patricia

Último Episodio | Mujer de Gracia y Fortaleza


María, la madre de Jesús


Lucas 1:26

26 Cuando Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, una aldea de Galilea, 27 a una virgen llamada María. Ella estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. 28 Gabriel se le apareció y dijo: «¡Saludos, mujer favorecida! ¡El Señor está contigo! 29 Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir. 30 —No tengas miedo, María—le dijo el ángel—, ¡porque has hallado el favor de Dios! 31 Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Él será muy grande y lo llamarán Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David. 33 Y reinará sobre Israel para siempre; ¡su reino no tendrá fin! 34 —¿Pero cómo podrá suceder esto?—le preguntó María al ángel—. Soy virgen.

35 El ángel le contestó:

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios. 36 Además, tu parienta Elisabet, ¡quedó embarazada en su vejez! Antes la gente decía que ella era estéril, pero ha concebido un hijo y ya está en su sexto mes de embarazo. 37 Pues la palabra de Dios nunca dejará de cumplirse. 38 María respondió:

—Soy la sierva del Señor. Que se cumpla todo lo que has dicho acerca de mí.

Y el ángel la dejó.


¡Que gran privilegio! Cargar en su vientre al Hijo de Dios. No me imagino todas las cosas que pudo haberle pasado por la mente mientras escuchaba los planes de Dios con su vida. Si asombroso fue recibir la visita de un ángel, más impactada tuvo que haber quedado ante su anuncio.


El ángel le dijo a María que ella había hallado gracia a los ojos de Dios. Era digna de cargar en su vientre Su Hijo. Muchas veces, nosotras las mujeres, sentimos que no somos digas de cargar los sueños de Dios. Vemos solo nuestros errores, nuestras deficiencias, nuestro pasado, nuestros temores e inseguridades. La verdad es que hemos hallado Su gracia, podemos cargar y dar a luz los sueños de Dios y ser un instrumento de bendición aquí en la tierra.

Al igual que María vamos a tener muchas preguntas, pero lo más importante es nuestra respuesta. Podemos responder como María, hágase conforme a tu voluntad o podemos usar nuestras preguntas como excusas para responderle a Dios con un no.


María no midió consecuencias en su respuesta a Dios. No pensó en que su respuesta implicaba poner en riesgo su propia vida. Si era descubierto que había quedado embarazada antes de casarse estando comprometida en matrimonio, la hubieran apedreado. El hecho de haberle dicho sí a Su voluntad, guardó y preservó su vida.


Cuántas veces le damos más peso a las consecuencias de hacer la voluntad de Dios. Olvidamos que cuando vivimos para hacer Su voluntad, Él mismo es quien preserva y cuida de nosotras para que cumplamos Su propósito. María dispuso Su vida para cargar la gracia de Dios. Esa misma gracia guardó su destino. Es maravilloso ver como Dios le habló a José para que recibiera a María y fuera parte de Su grandioso plan.


Vemos el cuidado en Dios en sus vidas de tantas formas. Proveyó un lugar para el nacimiento de Su Hijo, les dio la instrucción de mudarse a Egipto antes las amenazas de Herodes. Dios estuvo activamente en el cumplimiento de Su propósito en ellos. De igual forma, Dios esta activamente con nosotras.

Es posible que en algunos momentos el hacer la voluntad de Dios implique morir a nuestros propios anhelos y sueños. Incluso, nos podrá llevar a estar de un lado para el otro, siguiendo la ruta que Dios esta trazando. Algo que yo he aprendido, que no hay cosa que más llene nuestro corazón, que la incomodidad de obedecer la voz de Dios. Digo incomodidad, porque es incómodo. Cuando vivimos para Él vamos a ser retados, estirados, molidos y muchísimas cosas más.


De la misma forma en que María halló contentamiento en hacer la voluntad de Dios, vamos a experimentar alegría, gozo por hacer Su voluntad.


“Oh, cuánto alaba mi alma al Señor.  ¡Cuánto mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador!

Pues se fijó en su humilde sierva, y de ahora en adelante todas las generaciones me llamarán bendita. Pues el Poderoso es santo y ha hecho grandes cosas por mí.”

(Lucas 1:46-48).


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